Tarde

 Hombre_solo

 

Extraño lo que éramos

Es inevitable. Estaba sentando escuchando a los pregoneros, la conversación de Mercedes la vecina, y los diálogos de los niños que salían de la escuela. Cosa rara era que no estaba oyendo música. Tenía parado el pensamiento, y sin embargo no te pensaba. En un arranque de lucidez noté tu ausencia, era obvio que no estabas. Quise levantarme de la cama para abrir una botella de vino. No había gaseosa, ni limón y se me antojaba una sangría y un par de buenas baladas de Jazz. Me levanté con el dolor de columna que por estos días me oprime y con esfuerzo llegué hasta la puerta del refrigerador. No lo abrí. En ese instante Randy tocó la puerta, había olvidado que lo cité para repasar inglés. No quería dejarlo pasar. Esa tarde estaba muy negativo, quizás si estuvieras mejoraría mi sociabilidad. Otra vez solo. La realidad es que siempre he sido tan poeta como ha querido tu ausencia. No me resistí y lo dejé entrar. Randy me ocupó durante una hora con una sonrisa constante a la que le respondía con simples gestos faciales. Me repugna la barba de Randy. Ese día me repugnaban muchas cosas. Me levanté leyendo a John Banville y la sensual escritura de ese señor provoca que uno se repugne con cualquier cosa, incluso cualquier otro libro que no sea Antigua Luz. Mientras permanecía en la cama soñaba despierto con poder escribir algún día como Banville. Sin embargo, yo he sido menos literato, como V. S. Naipaul, pero cuando encuentro una novela como Antigua Luz, siento que escribir (pude haber dicho “ser escritor”) mejor es la posibilidad y no la consecuencia. Al fin Randy se fue detrás de su prima Betis que lo llamó al celular. Agradecí a las tetas de esa pelirroja y a su cerebro de mosquito que se le haya ocurrido llamarlo. Me gustan los pechos redondos como los de Betis. Se parecen a los tuyos, pero los tuyos saben «a jamón y tortilla de patatas». Pensar en eso me da unas ganas intensas de arrebatarte el ajustador con esa técnica de mis dedos que tanto te molesta en público. Ahora pasa Eva. ¡Qué nalgas tiene esa mujer! Se pone pantalones apretados que sacan de sus casas a todos los vecinos de la cuadra. ¿Tendrán esas nalgas vellos rubios como tú? Te aseguro que las tuyas son el orgullo de tu divina figura. Pensando en ello, entro a la casa para escuchar esas baladas que no escuchamos juntos. Ni Betis, ni Eva son las mujeres que me gustaría tener tan cerca. Son públicas como esta ciudad y tú eres única y fijas mi rumbo en tu dirección, y mis deseos en tu caminar. Inevitablemente te extraño ¿Será que soy adicto a tí? No, es que tú me importas más de lo que crees, más de lo que te demuestro. Esta soledad de 5007 es un bosque demasiado oscuro y profundo. Es tarde y tengo promesas que cumplir y mucho que viajar antes de poder dormir. ¿Me has oído, Maravilla? Mucho que viajar antes de poder dormir.

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