Los pregones de un día en calle 11

 

¡Panadeeeeroooo! ¡El pan y la mantequillaaaa! ¡Panadeeeeroooo!

Después de escuchar ese grito ahogado me levanto todos los días del mundo mundial a las seis en punto de la mañana o de la madrugada. A las seis de la mañana puede ser de la madrugada todavía para los remolones y para otros muchos también. Pero ese no es mi despertador. Mi despertador son los trabajadores de la galletería La Kary que desde las cinco de la mañana arman su sube y baja por las dos mejores cuadras de la calle 11 buscando café y encendiendo cigarros con las mismas manos con las que después van a cargar sacos de harina, amasar la masa, seleccionar las galletas que no estén quemadas y llenar los paquetes de 25.00 CUP que venden en los mercados ideales. Antes esos paquetes eran de dos tipos, uno de 10.00 CUP y otro de 20.00 CUP, y tenían un diseño exterior muy llamativo con el trigo amarillo de fondo y el nombre de la fábrica en rojo. Antes las galletas eran más crujientes. El perfecto cereal del desayuno. Mejor que los Captain Crunch multicolores que veíamos en los anuncios publicitarios de los Sábado Gigante del chileno millonario que pasaban por todos los VHS del barrio.  

¡El ajo, el ajo! ¡Ajoooo desgranadooo! ¡Vamos el ajóoo!

A las ocho y diez pasa con su sombrero de yarey, sus botas de cuero y una pata del pantalón remangada dándole a los pedales echa´o pa´lante como si estuviera haciendo un esfuerzo enorme. No aparenta ser mayor de 50 años, pero tiene la piel erosionada, partida por el tanto sol que ha cogido en el surco. Una piel anaranjada, como la tierra donde cultiva el ajo chileno de diente grande que todos los días pasa vendiendo.

¡Hay escobaaaa hay haraganeeeee hay haraganeeeeeeeee!

Sí yo sé que de esos hay muchos. El escobero que más bien parece una quincalla andante, todos los días por la mañana nos recuerda a todos los vecinos de calle 11 que nos pongamos a trabajar que viendo documentales en Multivisión o noticias en Telesur ni la economía familiar ni la del país va a avanzar.

¡El Masa real de cocooo que se vaaaa! ¡Arriba el Masa real!

A las tres menos diez, exacto como un tren ruso. No es que yo sepa si en realidad son exactos o no, pero he escuchado los cuentos de un viejo coronel retirado de las Fuerzas Armadas que entrenó en la Siberia del país euroasiático. A las tres menos diez, ni un minuto más ni uno menos, pasa pedaleando su bicicleta con elegancia y bonachonería el que más atrás en el tiempo recuerdo de todos los vendedores que han pasado alguna vez por el frente de 5007. Solo falta el domingo. Y ha sido tan persistente su recuerdo que cuando no estoy en casa y veo el reloj justo a las tres menos diez me digo a mí mismo en voz alta: el Masa real de coco. Incluso una vez me preguntaron la hora y como eran las tres menos diez dije “Masa real de coco”, incomprendido repetí “Perdón, las tres menos diez”.

¡Tooorticaaa!

De este ya he hablado. Un negro flaco con camina´o de rompiendo montes y ciudades que lleva con orgullo una caja de dulces de torticas de morón o mantecado o roscones, como quieran llamarle. Su pregón se escucha lo mismo en La Pastorita por la entrada norte de Artemisa, que en La Matilde (un barrio residencial del este de donde partieron los mártires del Moncada y al que Fidel llamó el pueblo más revolucionario de Cuba) o en la ceiba de Toledo donde le deben comprar poco porque a ese oeste no llega el agua y empujarse una tortica sin agua para bajarla debe ser difícil. Ya lo dije también: el que no sea de Artemisa que me perdone los localismos.

¡El paquete de trigooooooo!

Su voz es clara y fuerte. Se escucha desde que entra por la cuchilla justo a las ocho de la noche. Dos cuadras antes de 5007 se hace sentir. A veces también trae paquetes de galleta dulce. De todos este es el que me resulta más atractivo. Con sus tenis agujereados camina de este a oeste y viceversa y nunca lo hace por las transversales. Su paso es cadencioso, como si estuviera aplastando insectos. Casi dos metros de alto, manazas de obrero, el ácido sudor le corre por las mejillas de finos rasgos donde resalta el bembón y los ojotes. Típico trabajador que sale a lucharla después que termina su jornada laboral. Es al que menos le compro también porque, ¿con qué leche mi hermano? Y lo rico que son los batidos de trigo antes de acostarse a dormir.

¡El paquete de chocolateeeee!

También pasa antes de la novela este señor de cualquier cantidad de años vendiendo paquetes de chocolate. Se deja guiar por su primo que le sirve de lazarillo todas las noches y lo ayuda a darse sus buches de alcohol de un pomito plástico que comparten.

¡El yoguuuuul! ¡El yogul natural de fresa! ¡Vamo el yoguuuuul!

Y este cierra las noches. Es el único que nos hace sudar en la cuadra. Pa´mi que está entrenando para la vuelta ciclística a Cuba. Por suerte Lázaro lo espera en la esquina y así aprovechamos todos para ir a comprarle. “Mételo una hora y media en el congelador”, es lo único que dice cuando le compras uno de sus pepinos de yogurt rosado, espeso y delicioso. El mejor desayuno de toda Artemisa.

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