Anécdotas con libro: Sven Hedin y Gustave Le Bon por Galeano

Por: Manuel Alejandro Hernández Barrios

El día que compré Los Árabes de Gustave Le Bon, fue un día en que debía estar en la Editorial a las 11 de la mañana para participar en una de las tantas reuniones organizativas de la burocracia política. De alguna manera en vez de cruzar el Parque de la Fraternidad, decidí cruzar el parque El Curita y bajar por Galeano. Detrás de algo andaba, pero no recuerdo qué. Bajé por todo Galeano hasta más allá de las tiendas, y a la derecha había un puesto de venta de Trabajadores por Cuenta Propia: un local donde se vende desde pulseras hechas a mano, hasta lienzos con mujeres culonas y bembonas y carros almendrones tan exuberantes como ellas. En el portal había dos mesas repletas de libros. Bueno, ahora recuerdo que adentro también había una mesa con libros: Tratado de ifá, los orishas en Cuba, Manual de santería, y curiosamente un folleto de Fernando G. Campoamor sobre el ron, que creo debió ser el motivo de mi caminata, y no lo compré porque no estaba el vendedor, pero no quiero mezclar los recuerdos. Afuera me encontré con estos dos señores a quienes les pregunté precios de los Bestsellers de García Márquez, Julio Cortázar, Autoayuda, Jeffrey Archer. Entre todos había uno que me interesaba: La ruta de la coca, de Charles Nicoll. Pregunté el precio y lo pagué. Era otro de la colección viajeros de Ediciones B, que tanto he perseguido. De repente el señor más mayor sacó de una jaba de tela un par de libros que parecían muy antiguos. Uno: En el corazón de Asia, a través del Tibet, de Sven Hedin; Otro: Los árabes, de Gustave LeBon. El primero, al ser de viajeros, lo pagué aun quedándome sin dinero para regresar a casa. El segundo, no pude pagarlo al instante, y decidí regresar por donde vine para llegar temprano a la reunión. En el boulevard de San Rafael, el cajero no tenía cola. Automáticamente metí la tarjeta saqué lo suficiente para pagar el libro, tener dinero para regresar y quedarme sin un peso, pero no pensé en eso en ese momento. Regresé sobre mis pasos, llegué a la mesa, saqué el dinero, le quité el libro de las manos, di la vuelta sin despedirme y casi corriendo subí Galeano, doble izquierda por San Rafael, doblé derecha en Prado y enfilé los 500 metros hasta la Editorial. Llegué tarde, pero triunfal. Sudoroso, pero contento. Quizás ninguno de los presentes sospechó la razón exacta de mi alegría, pudieron suponer cualquier cosa, solo yo sabía el tesoro que llevaba en mis manos: Mi primer Montaner y Simón, el de Sven Hedin, y mi primer y más curioso LeBon.

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