Silencios de la historia contados a gritos

 

Tras el rastro del silencio cronicas y ensayos sobre las guerras de  independencia de cuba: Emilio l herrera villa: 9789593111164: Amazon.com:  Books

Con rapidez se acostumbra un estudiante a la simplificación de los sucesos históricos, a consultar manuales y a in-comprender con metodologías preferidas en otros tiempos. Se ha agilizado la percepción del conocimiento a través de una pueril esquematización y hasta se ha pecado al censurar determinada figura, autor, imagen o hecho. La objetividad es un placer imposible de experimentar, menos para los más arriesgados investigadores.

La historiografía cubana ha sentido la necesidad de periodizar el conocimiento de su campo de estudio por etapas, en pos de organizar el caótico ajiaco de la formación de nuestra nacionalidad. No pretendo concederle brasas a la mecha de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Fue distinto.

Incluso mi tiempo tuvo más luces que sombras. Ha sido mucho el cambio y la diversidad. Ningún tiempo fue mejor a otro, cada uno ha sido acorde a sus circunstancias. En algunos tempranos manuscritos no se entendieron numerosas intenciones debido a la falta de pruebas para confirmar una teoría u otra.

Quizá, al ser contemporáneo con la sociedad del conocimiento, fui más inconforme. Aquel interés por la búsqueda y por saber las causas de las cosas me hizo hartarme de que me impusieran lo que debía leer y por qué. Entonces anduve y me detuve en cada librería a mi paso.

Ante tanta pobreza de adornos y ante tanta necesidad de relatos históricos; ante tanta falta de causas y mucha enumeración de cosas, comencé a experimentar con la historia de otra forma. Se reimprimía ante mis ojos. Aparecieron en mis manos otros libros que confluían con los mismos severos manuales cargados de rústica propaganda política.

Descubrí la colección Literatura de campaña, gracias a la cual leí el diario de Bernabé Boza, secretario de Máximo Gómez. Ramón Roa me hizo entender qué era ser intelectual y mambí, a escoger entre la pluma o el machete, ¿o acaso fundirlas? Me adentré solo en el monte aplicando lo aprendido en los reportajes de James O´Kelly y de Grover Flint. Me enamoré de Amalia.

Cuando apareció Radiografía del Ejército Libertador, de Francisco Pérez Guzmán, los documentos de Máximo Gómez, la explicación de las contradicciones de poder y los escudos invisibles, comprendí mejor la necesidad de la guerra. En uno de los tomos de la colección Bronce, el Titán Antonio, un elegante mulato que tomaba café en tazas de porcelana, se multiplicó en el León José y en los bravos Rafael y Miguel, esos otros hijos de Mariana.

Por esos mismos años empezaron a imprimirse, envueltas en carátulas duras, los tomos de la edición crítica de las obras completas de José Martí. Más recientemente, se reeditó El Diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes y hasta se ha novelado su vida.

Después de tanta suela gastada y de acosador polilleo, un libro surgía, pero ni siquiera como salvador, sino contraposición que recomponía algunos silencios, tomando de aquí y de allá, para hacerlos públicos y comprensibles.

Me fascinó desde el principio la desnudez con que Emilio L. Herrera Villa aborda la historia en lo que fuera una propuesta de tesis, devenida libro gracias a la Casa Editorial Abril. Tras el rastro del silencio contiene un lenguaje claro y directo, sin adjetivaciones triunfalistas, con barroca sencillez y sobre todo con zigzagueantes fragmentos documentales que lo hacen tan creíble.

Con su libro, Emilio ha demostrado ser fiel heredero de Simón Herrera, laborante del Ejército Libertador, a quien los españoles no pudieron ahorcar, según cuenta en la dedicatoria del impreso. Así como su bisabuelo se comprometió a cuidar el corcel del Titán en algún momento del pasado, Herrera Villa se comprometió con las necesidades de su tiempo para concebir una obra digna de su estirpe.

Los siete ensayos que conforman Tras el rastro del silencio realizan el desmontaje de sendas personalidades, cercanas a instantes decisivos, claves en determinadas zonas, o destacadas por alguna cualidad. Sin abusar de cierta inclinación belicista, sostiene una peculiar estética literaria rayana a la épica, como si poseyera una máquina del tiempo que le permitiera surcar los mares con Leoncio Prado, bandolerear con Carlos García o conspirar con Armando André.

¡Engreído! Escribe como si conociera el peligro que significaba enfrentarse a Rustán Pineda, aquel Caupolicán mambí. Dinamita los enclaustramientos que asedian a Máximo Zertucha. Partidario de la Tea política y de la guerra de guerrillas que Federico Fernández Cavada fomentaría en Las Villas, para finalmente poner en alto el nombre del Padre de la Patria, y el de Cuba.

Sin ideologías expresas ni fanatismos profesados, Emilio Herrera supera los tecnicismos impuestos por la academia. Ha trabajado en silencio para contar a gritos a Cuba. Pareciera que invoca en cada ensayo al testigo descendiente. Su libertad imaginativa y su erudita inventiva de la ficción hacen de Tras el rastro del silencio una ópera prima insigne, al menos dentro del tan necesario periodismo de investigación cubano.

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